En el mensaje de este año, titulado “El Valor de la Vida Política”, los Obispos nos ofrecen unas valiosísimas orientaciones y criterios prácticos sobre el valor de la política, entendida como servicio al bien común, motivándonos a una mayor participación en la vida política de la Nación.
Texto integral
EL VALOR DE LA VIDA POLÍTICA
I. Introducción
En este 170 aniversario de nuestra Independencia Nacional y teniendo como marco de referencia el testimonio y los ideales del Ilustre Patricio Juan Pablo Duarte, figura principal de la misma, y de quien acabamos de celebrar el bicentenario de su nacimiento, queremos reflexionar con nuestro pueblo, especialmente con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sobre el tema del valor de la vida política, de la que el mismo Duarte decía que después de la filosofía era la ciencia más noble[1], y haciendo nuestra sus señeras palabras tan actuales en estos momentos, como si el tiempo se hubiera detenido, cuando al ver la situación de su país, expresaba con entereza y firmeza: “nunca me fue tan necesario, como hoy, el tener salud, corazón y juicio, hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”[2].
Aprovechamos la oportunidad del momento, que no estamos muy condicionados por la emoción y el apasionamiento que crea el activismo político en tiempo electoral, para reflexionar sobre la importancia y la esencia de la política, como ciencia fundamental para el desarrollo y la construcción de la paz social. Hablar de la política es hablar del ser humano y de la sociedad, que deben ser el centro de la misma. Compartimos como válida la reflexión que nos hace el filósofo español Fernando Savater cuando nos invita a mirar a nuestro alrededor y nos hace la pregunta “¿qué ves? ¿el cielo donde brilla el sol o flotan las nubes, árboles, montañas, ríos, fieras, el ancho mar…?”[3], dependiendo donde estamos, para luego decirnos que de todas las miradas hay una que es muy cercana y familiar que es la persona humana[4].
Previo a esa mirada a la que nos invita Savater, ya tenemos nuestra identidad, porque al nacer lo primero que contemplamos es la sonrisa materna, el rostro de satisfacción del padre y la imagen del rostro de los demás y la riqueza de nuestro entorno, que es lo que implica entrar en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Todos nacemos en una sociedad y en una cultura determinada. Esa sociedad es la que da forma a nuestra mente, a nuestro lenguaje, costumbres, obligaciones y leyes que nos rigen, lo que nos define como “animal social”, al decir de Aristóteles.
El ser humano además de ser social, es cívico y político, es decir, es capaz de construir diversas formas de sociedades y de transformarlas a la vez. Obedecemos las normas o leyes de nuestro grupo, pero también nos rebelamos y las desobedecemos cuando se aplican con arbitrariedad, por eso dirá el filósofo alemán Emmanuel Kant que somos “insocialmente sociables”[5], lo cual significa que nuestra forma de vivir en sociedad, no es sólo obedecer y repetir, sino también rebelarnos e inventar.
Ese ser, centro de todo el mundo creado, es lo que llevó a los griegos a sentir pasión por lo humano, por sus capacidades, sus astucias, sus virtudes y su energía constructiva; con razón escribió Sófocles en una de sus Tragedias “de todas las cosas dignas de admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre”[6].
Partiendo de esta idea fue que los griegos inventaron la Polis, o comunidad de ciudadanos, regida por la libertad de los hombres, dando origen a la democracia, donde el principio supremo era la isonomía, es decir, las mismas leyes que deben regir para todos: pobres o ricos, hijos de padres humildes o de cuna, tontos o listos. Más tarde los romanos nos aportaron el derecho, que ha sido la más importante modificación de la comunidad humana, que son reglas de juego comunes, precisas y públicamente divulgadas para regular con detalles los intereses de los individuos, sus conflictos, y que son normativas para el sano convivir.
II. ¿Qué es la política?
A más de uno le puede parecer que hablar de política no debe ser un tema para tratarse en y por la Iglesia, porque muchos malos políticos se han encargado de despojar la política de su esencia, haciendo que se le vea en muchos rincones del mundo como sinónimo de “mentira, engaño, negocio, corrupción, inmoralidad, demagogia y suciedad; ya que muchos se cubren con el manto de la política para sus intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas”, al decir de Emilia Pardo Bazán[7]. Nosotros los dominicanos no somos una excepción, porque hemos padecido tantos engaños y frustraciones que hasta hemos empezado a dudar de los hombres y mujeres (reservas que todos deberíamos admirar) que aún ven la política como un modo de servir a la patria y que entienden que ese modo de los malos políticos, es la parte patológica o enfermiza de la política que ha terminado en clientelismo, olvidando su esencia de ser, ciencia del bien común.
La palabra política viene del griego polis que es igual a ciudad, patria o estado, y significa “el arte de gobernar la ciudad”; por tanto es la ciencia y el arte de buscar el bien común o bien de todos. La política pertenece al ámbito de lo público, es decir, de lo que afecta a todos, por eso debe ejercerse a la vista de todos y en beneficio de todos.
El Concilio Vaticano II va justamente en la misma dirección al decir “que la comunidad política nace para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y sentido, y del que deriva su legitimidad primigenia y propia”[8]. Recordemos que como decía Maritain: “La persona es un todo, pero no es un todo cerrado, es un todo abierto, no es un pequeño dios sin puertas ni ventanas como la mónada de Leibnitz, o un ídolo que no ve, que no entiende, que no habla. Tiende, por naturaleza, a la vida social y a la comunión»[9]. Es un “ser social” y como tal, tiene que vivir la relación con los otros teniendo como parte de su vocación el involucrarse en esa ciencia y ese arte que se llama política. La dedicación a la misma debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre y la mujer, ya que “es una forma de dar culto al único Dios, desacralizando y a la vez consagrando el mundo a él”[10];
Para nosotros los cristianos, así como también para los hombres y mujeres de buena voluntad, la política debe ser la forma de ejercer la virtud de la caridad y participar en ella no es sólo un derecho, sino también un deber. A este respeto el teólogo Dominique Marie Chenu afirma que la caridad con el prójimo no es sólo con las personas individuales, sino con las masas humanas, en especial con los más pobres[11].
III. Fe y compromiso político
Siguiendo el pensamiento de Chenu sobre la caridad o amor al prójimo, que es la cumbre y cima de la fe, hay que destacar que es ésta la que fundamenta, motiva y da sentido al compromiso político. Pero es bueno aclarar de inmediato, que ni la fe, ni la Biblia, nos dan fórmulas concretas de política, sino que nos inspiran y nos urgen para el compromiso y la acción en favor de la justicia, la paz, la convivencia y el desarrollo de las personas y de los pueblos.
Aunque la Biblia no nos ofrece, ni tiene por qué ofrecernos, algún modelo de organización para la sociedad, a este respeto siempre serán válidas las palabras de la Conferencia de los Obispos de Francia, cuando puntualizaba que en ella “aparecen una serie de exigencias éticas, definidas de forma absolutamente clara; como son: el respeto a los pobres, la defensa de los débiles, la protección de los extranjeros, la desconfianza frente a la riqueza, la condena del dominio ejercido por el dinero, la destrucción de los poderes totalitarios”[12].
La fe es un compromiso, una respuesta que se expresa en la práctica de la justicia, de la solidaridad, del anuncio de la buena nueva que libera y de la denuncia de cualquier tipo de opresión. Un cristiano por el hecho de serlo debe comprometerse con la justicia y el bienestar social; pero sin olvidar que la fe trasciende la política. El Evangelio ofrece al cristiano criterios de orientación e inspiración para trabajar en la justicia social y la dignidad, a favor de las mayorías pobres y necesitadas. Esa participación o militancia cristiana de los fieles laicos en la vida política exige preparación, competencia, conocimiento de la realidad social y una espiritualidad sólida para no buscar sus propios intereses sino el bien de todos.
Cuando el Magisterio de la Iglesia se pronuncia sobre los principios sociopolíticos, lo hace en función de lo que puede afectar la dignidad y los derechos de la persona, el sentido de la existencia humana, y lo hace desde los valores éticos. Es algo indiscutible que la Iglesia ha llamado frecuentemente a los fieles al compromiso político como búsqueda del bien común; ahí están por ejemplo las palabras de León XIII que exhortaba a los fieles diciéndoles: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda al bien común”[13]. Pero la exhortación más contundente y clara acerca del compromiso político de los cristianos nos lo da el Concilio Vaticano II cuando afirma: “quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos”[14].
Ese texto del Concilio Vaticano II describe perfectamente los criterios que un cristiano debe tener para incursionar en la vida política: entender que se trata de una vocación o llamada; hay que prepararse para ejercerla con dignidad y rectitud; debe irse con una actitud de servicio y con la disponibilidad de luchar contra todo lo que atenta a la dignidad de la persona humana.
Esa participación tiene que darse en distintos niveles: no todos están llamados a esta noble tarea como vocación u oficio; es decir, a dedicarse a tiempo completo a ese ministerio; los que están llamados deben prepararse para ejercer cargos públicos; pero sí, es bueno hacernos conscientes de que todos estamos llamados al sufragio libre para elegir a hombres y mujeres serios y responsables que administren con ética y pulcritud los bienes que pertenecen a todos. Y al mismo tiempo, como ciudadanos, mantenernos vigilantes para que aquellos a quienes les hemos delegado la autoridad política la ejerzan apegados a las leyes y a los principios éticos[15].
Está demás decir, que si bien todos hemos de participar en la vida política, no todos estamos llamados a hacerlo desde la política partidista. Los miembros jerárquicos de la Iglesia y los consagrados y consagradas, por su misión evangelizadora y estar llamados a ser signo de unidad entre los cristianos, habrán de abstenerse de la acción partidaria, no así el resto de los fieles de la Iglesia.
Por otra parte, es bueno advertir y hacer conscientes a los cristianos que entran a la vida política, que ésta tiene dos grandes tentaciones:
a) El poder, que siendo un servicio, tiende a corromper. Si analizamos nuestra vida democrática de los últimos 50 años, nos daremos cuenta que la corrupción se ha hecho presente en casi todos los gobiernos que hemos tenido.
b) Los políticos, en las distintas esferas políticas y sociales, están siempre amenazados por lo que llamamos “la erótica del poder”; eso quiere decir, que lo que es un medio para servir, se puede convertir en un fin para provecho personal. Esa tentación ha sido una constante en casi todos los gobiernos; ahí está el clientelismo político que ha sustituido la verdadera esencia de lo que debe ser la política como ciencia; ese espíritu mesiánico que le ha entrado a más de uno, que le lleva a pensar que “no hay nadie más que pueda sustituirme”, de ahí el fantasma de la reelección y el consabido derroche de los recursos del Estado para tal fin. Es ese, un impulso cuasi instintivo de querer perpetuarse en el poder a como dé lugar, sumándose a lo que decía Sancho antes de empezar a gobernar la Ínsula Barataria: “es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado”[16].
Las tentaciones políticas llevan a desconocer la relación que debe existir entre la ética y la política; y algunos lo justifican basándose en el “realismo político” que sostiene que sería legítimo recurrir a cualquier medio con tal de alcanzar los objetivos fijados; de ahí la doble moral de muchos que están convencidos que hay una ética “especial” para la política, distinta a la ética que debe regir a todos; colocándose por encima del bien y del mal. Se sienten seguidores de Maquiavelo, quien planteó con la mayor crudeza: “Por ello es necesario que un Príncipe, que quiere mantenerse aprenda a poder no ser bueno”[17]. Contra esta mentalidad decía magistralmente el Beato Juan Pablo II, en el Jubileo con los Gobernantes: “no se puede justificar un pragmatismo que, también respecto a los valores esenciales y básicos de la vida social, reduzca la política a pura mediación de los intereses o, aún peor, a una cuestión de demagogia o de cálculos electorales. Si el derecho no puede y no debe cubrir todo el ámbito de la ley moral, se debe también recordar que no puede ir "contra" la ley moral”[18].
Esa manera de concebir la política es muy grave y penosamente es el principio que norma a muchos políticos, ya que según estos “el fin justifica los medios”; de ahí que la Iglesia insista tanto a los cristianos, que deben participar en la vida política, pero hacerlo con conciencia de ir a servir y a buscar el bien común, respetando los principios y los valores éticos, de ese modo puedan dar aportes significativos y devolver el lado positivo a la misma política.
Se contribuye también a quitar esa impresión de que la política es algo sucio y un oficio para los perversos, echar a un lado lo que dice el filósofo Charles Péguy que “la única manera de conservar las manos bien limpias es no tener manos”; a lo que responde muy bien el teólogo Caffarena que “no tener manos es el modo de ser sucio, cómplice por omisión de toda la suciedad de este mundo”[19].
IV. La política en la Doctrina Social de la Iglesia
La doctrina social de la Iglesia es parte integrante de la moral social fundamental, de la antropología y de la concepción cristiana de la vida y de la sociedad, que ayuda a crear la base del vivir social del ser humano. Esto es así, porque el Magisterio en materia social contiene “principios, criterios y orientaciones para la acción de los cristianos en la tarea de transformar el mundo según el plan o proyecto de Dios”[20]. La Doctrina Social de la Iglesia “mira al ser humano en su situación histórico – social, cultural y estructural, dando prioridad a las personas sobre las cosas, a la ética sobre la técnica, al espíritu sobre la materia y al trabajo sobre el capital”[21].
Cuando la Iglesia se pronuncia en asuntos sociales y políticos, lo hace inspirada en el querer de Dios Padre y de Jesús el Señor de la historia que reclama justicia y derecho para el prójimo.
Hay muchos textos en el Antiguo Testamento que expresan el querer de Dios que es el amor a los necesitados. El texto por excelencia y paradigmático es el capítulo 3 del Éxodo, donde Dios escoge a Moisés como instrumento para liberar a su pueblo, con esas palabras tan claras y precisas Moisés “he visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos…” (Ex 3,7-10). Aquí Dios se revela como el Dios cercano al pobre, el Dios de la historia, el Dios liberador. El libro del Deuteronomio nos hace ver que el amor a Dios pasa por el amor al prójimo (Cfr. Deut 24,14-22). El profeta Amós denuncia el maltrato de los pobres, quienes son víctimas de fuertes cargas impositivas (Cfr. Am 5,11); por eso arremete contra quienes les exprimen, les aumentan el precio, les hacen trampa y los compran por dinero (Cfr. Am 8,4).
El profeta Isaías de modo semejante dice que la mayor perversión está en el derecho, que en vez de sancionar las desigualdades económicas y el robo, lo promueven, porque hacen leyes injustas, que sólo sirven para expandir el poder y el capital de los poderosos (Cfr. Is 10,1-4).
Él lanza un gran anatema o amenaza contra quienes hacen eso al decir: “Ay de los que decretan leyes injustas…” (Is 10,1) “de los que por soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente” (Is 5,23); y acumulan casas y campos (Cfr. Is 5,8-10); los que banquetean espléndidamente con el dinero del robo (Cfr. Is 5,11-13); los que roban a los pobres (Cfr. Is 3,14).
Esa radiografía que hace el profeta Isaías de la realidad de su tiempo, se puede aplicar exactamente a la situación que se ha venido dando en nuestro país, donde la corrupción ha llegado a niveles nunca vistos, donde el enriquecimiento con el erario nacional ha sido la constante de muchos; con un sistema jurídico injusto, amañado y controlado por el poder clientelar; donde la impunidad está ahí viva y sin guardar ni siquiera la apariencia; donde la exhibición del botín acumulado se muestra sin ningún rubor.
Jesús no se hace esperar y presenta un mensaje mucho más radical que el de los profetas, centrando su enseñanza en el amor a Dios y al prójimo. Comienza su ministerio apelando a Isaías 61,1ss, donde éste daba las señales precisas de la llegada del Mesías (cfr. Lc 4,17-19), y añade: “hoy se cumple esta profecía que ustedes acaban de escuchar” (Lc 4,21). Luego indica: “…los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Lc 7,22).
Para que eso se realice Jesús llamó a personas humildes y sencillas, como fueron los primeros cuatro discípulos; igualmente llamó a gente marginada o excluida socialmente como el caso de Leví o Mateo (Mt 9,9-13; Mc 2,13-17; Lc 5,27-32); fue a comer a casa de Zaqueo (Cfr. Lc 19,1ss ); perdona a la adúltera (Cfr. Jn 8,1-11); promulgó como única ley, la ley del amor, que incluye hasta a los enemigos (Cfr. Mt 5,43-45; Lc 6,27). El Evangelio es muy concreto cuando dice: “el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene, el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3,11), y en la primera Carta de San Juan se nos exhorta: “si alguno tiene bienes de la tierra y ve a su hermano padecer necesidad y le cierra el corazón, en ese no puede permanecer el amor de Dios” (1 Jn 3,17). Todo eso es expresión de que el Reino de Dios ha llegado y tiene que hacerse visible en medio de nuestra sociedad, en cuanto la edifiquemos sobre la justicia y la fraternidad en vista a vivir en paz.
Jesús llamó y llama hoy a un compromiso de servicio y de solidaridad con los más pobres y los excluidos de la sociedad, tal como él lo hizo, que llamó a humildes, a los enfermos, a los sin títulos para elevarlos a la categoría de hijos de Dios, cuyo valor no está en lo que posean, ni en la escala social que ocupen, sino en su propia persona. De ahí que el objetivo fundamental de Jesús es hacer de todos los pueblos y naciones (hombres y mujeres, esclavos y libres, santos y pecadores) una comunidad de hermanos.
Recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia tiene su punto de partida con la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, donde se reflexiona en tres elementos fundamentales: a) La situación calamitosa de la clase obrera, b) El derecho de la propiedad privada y c) La función del Estado. Esta es como una guía para el comportamiento y compromiso de los cristianos en todas las cosas referentes a la cuestión social y política.
El punto de partida en el aspecto doctrinal es valor de la dignidad de la persona humana. El Magisterio de la Iglesia a la luz de la Revelación nos dice que: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador”[22]. De este valor surgen dos principios más que son complementarios: el de la Solidaridad y el de la Subsidiaridad.
El principio de la solidaridad tiene el mismo propósito que la política que es la búsqueda del bien común o bien de los demás; el bien de todos y de cada uno en particular, porque todos somos responsables de todos.
Es por este principio que la Iglesia se opone al individualismo ya sea social o político, porque éste niega la esencia de lo que somos y de lo que debemos ser: seres sociales por excelencia, llamados a realizarnos y a ayudar a realizar a los demás de una manera digna. De este principio se derivan dos principios más: el destino universal de los bienes, que es “el primer principio de ordenamiento ético – social”[23], y la opción preferencial por los pobres[24]; de este modo la Iglesia evidencia su preocupación privilegiando a los más pobres, por ser los más vulnerables y los predilectos del Señor.
Con el principio de la Subsidiaridad se evoca la idea de suplencia, de auxilio y de ayuda. Todo aquel que desea realizar obras buenas, orientadas al bien común, hay que concederle libertad para que las realice. Es uno de los principios más importantes de la Doctrina Social de la Iglesia, hasta fue incorporado en el texto jurídico del Tratado de Maastricht de la Unión Europea. Su aplicación se da en todos los ámbitos de la organización social: el económico, el político, el cultural, el educativo, en la acción social.
Esa es una de las razones por la que la Iglesia en la República Dominicana tiene siete universidades católicas, cantidad de colegios, politécnicos, escuelas técnicas y parroquiales; cientos de dispensarios médicos, centros de promoción social, canales de televisión, emisoras de radio, etc., para ayudar a suplir lo que le corresponde al Estado, en beneficio de los más necesitados.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo describe muy bien al decir “Dios no ha querido retener para él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social”[25].
V. El valor de la vida política
La política es un valor porque es la ciencia y el arte del bien común; es el arte de gobernar, de tomar decisiones que son obligatorias para todos en la búsqueda de lo mejor. Esas decisiones tienen que ver con bienes materiales y espirituales, con los servicios y los valores de la libertad, la justicia, la vida, la dignidad y los derechos fundamentales de la persona humana.
La política como ciencia y arte es una realidad muy compleja y delicada, porque se relaciona con la sociedad y con el poder; y además, con las decisiones obligatorias, la legitimidad, la autoridad, los actores individuales, los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos, los líderes de opinión, los profesionales, la sociedad civil, y por supuesto, los procesos y estructuras de poder.
Recordemos que los líderes y los grupos políticos suelen moverse y actuar guiados por ideas, opiniones, valores, intereses individuales y grupales, y actitudes o ideologías; que a la vez son las que definen el tipo de sociedad que buscamos y queremos construir. Estos pueden ser criterios que pueden ayudar al ciudadano a identificar a los partidos y a los líderes, para saber así los valores que encarnan para beneficio de la sociedad.
El político que ejerce esa vocación o ciencia del bien común que se llama la política, necesita dotes, disposiciones y preparación; ya que ésta se coloca en la confluencia de las distintas ciencias humanas, tales como la historia, la economía, la sociología y la psicología; pero necesita también la referencia moral, porque está relacionada con el quehacer del ser humano, al que tiene que procurar su bienestar y facilitarle la convivencia y la paz dentro de la sociedad.
El político con valores éticos y que de verdad quiere servir tiene que tener disponibilidad para escuchar a su pueblo, para comprender bien sus anhelos y así poderlo servir mejor. Es un hombre de una actitud abierta pero firme, para cumplir las leyes que benefician a la mayoría y tener firmeza contra todo tipo de corrupción y engaño.
No debe tener apego al poder, para no convertirlo en idolatría en la que prevalezca la vanidad; al contrario debe ser una persona transparente y coherente que lo que exija sea capaz de vivirlo primero, porque por ejemplo no se puede pedir austeridad a un pueblo, mientras él o sus funcionarios dilapiden los dineros del Estado.
Es la persona que sabe muy bien que el poder no es un fin en sí mismo, como piensan algunos, sino un medio para buscar el bien de la mayoría. Con razón decía el Beato Juan XXIII que “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país”[26], y continua afirmando: “La autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior. Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria procede del orden moral, que tiene a Dios como primer principio y último fin”[27].
El centro de la política y su fundamento ético es el ser humano: su bien temporal y espiritual, su bienestar material, su desarrollo cultural, personal y comunitario, porque “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales y políticas es y debe ser la persona humana”[28]; de ahí que sea tan enfático el Concilio Vaticano II al señalar que “el cristiano tiene el deber de participar en la construcción de la sociedad temporal y si falta a estas obligaciones falta a sus deberes con el prójimo”[29].
El Beato Papa Juan XXIII, en la misma Encíclica Pacem in Terris, nos dice que hay cuatro pilares para la vida democrática, que están basados en el consenso y sobre los valores fundamentales y el pluralismo, hacia la consecución del bien común, en vista al desarrollo de la sociedad que son: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Por eso la Iglesia hace un llamado ferviente a los fieles cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a insertarse y tomar parte activa en la vida política, para que ésta no pierda su razón de ser, que es el servicio para el desarrollo y el progreso de la Nación.
A este propósito el Beato Juan Pablo II, en la Homilía del Jubileo con los políticos, preguntándose cómo los políticos podrían dar cumplimiento al mandamiento del amor al prójimo, decía: “La respuesta es clara: viviendo el compromiso político como un servicio. ¡Perspectiva tan obvia como exigente! Esa no puede, en efecto, reducirse a una reafirmación genérica de principios o a la declaración de buenas intenciones. El servicio político pasa a través de un diligente y cotidiano compromiso, que exige una gran competencia en el desarrollo del propio deber y una moralidad a toda prueba en la gestión desinteresada y transparente del poder. Por otra parte, la coherencia personal del político ha de expresarse también en una correcta concepción de la vida social y política a la que él está llamado a servir”[30].
En esa exhortación está sintetizado lo que debe ser un político con principios y con valores y por supuesto con vocación a ese ministerio. Debe ser una persona íntegra y formada especialmente en los valores humanos, para poder resistir las tentaciones del poder y evitar el pecado de la soberbia, que es pensar en sí, en la propia carrera o en su propio interés.
VI. Vivencia y testimonio de algunos políticos
La Iglesia, al reconocer la importancia de la vida política, en su santoral nos presenta más de 33 reyes y gobernantes (hombres y mujeres) que desde su función pública han alcanzado el honor de los altares y que son ejemplo por la pulcritud de su vida, por su honradez y por haber ejercido la autoridad como un servicio al bien común teniendo en cuenta, especialmente, a los más pobres. Entre estos políticos insignes, por citar a algunos, hacemos mención de Santa Pulquería, de Turquía, San Segismundo, de Suiza, Santa Margarita, de Escocia, San Alfredo el Grande, de Inglaterra, San Henríquez II, de Alemania, Santa Olga, de Ucrania, de Rusia, Santa Adelaida, de Italia, San Wenceslao, de la República Checa, San Olaf II, de Noruega, San Canuto IV, de Dinamarca, San Erico IX, de Suecia, San Fernando III de Castilla, Santa Isabel, de Hungría, San Luis IX, de Francia, Santa Kinga, de Polonia, y Santa Isabel, de Portugal.
Particular mención hacemos de Santo mártir Tomás Moro, patrón que sirve de inspiración y de paradigma a los políticos; se trata de un caso preclaro de lo que debe ser una vocación política al servicio del pueblo. Su testimonio siempre será actual como llamada a servir a los pobres y a los intereses del pueblo. Participó activamente en la política, guiado por el principio de equidad. De ahí que ni las riquezas, ni los honores hicieron mella en él, porque no se dejó seducir por eso, ya que nunca aceptó ir contra su conciencia, prefiriendo llegar hasta el sacrificio supremo del martirio con tal de ser fiel a sus principios y valores. Es inspirado en este santo que el político venezolano Arístides Calvani decía “hay tres cosas que mueven a la humanidad y tienen que movernos a nosotros: la fe en los hombres y las mujeres, la esperanza en un mundo mejor y la solidaridad humana”[31].
Es bueno destacar también que hay a lo largo y ancho del planeta una gran cantera de hombres y mujeres que desde la vocación política han sabido como Tomás Moro, dar lo mejor de sí a la causa de la justicia y el desarrollo de su pueblo.
Hoy como nunca necesitamos políticos de vocación al estilo de estos casos referenciales que hemos mencionado, que devuelvan la esencia a la política como ciencia del bien común; que piensen más en el bienestar de la Nación y no tanto en el poder o en los bienes que éste puede dar. Que dejen de lado el neoliberalismo con su economía de mercado que sólo ha servido para excluir a grandes mayorías; que tengan el coraje de decirle a la gente que a un pueblo sólo lo salva el mismo pueblo, con el orden, la disciplina y el trabajo. Que ayuden a superar esa mentalidad hedonista, consumista e individualista; o bien, lo que llamó el Papa Benedicto XVI “la dictadura del relativismo”[32]; que deja fuera cualquier referencia ética, porque la única preocupación es el deseo del goce inmediato, el deseo de marca, de dominio y de poder; dando razón a Mahatma Gandhi[33] cuando decía que el hombre moderno es presa de los siete pecados sociales: la política sin principios, negocios sin moral, bienestar o riqueza sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, goce sin responsabilidad y religión sin sacrificio.
VII. Orientaciones Prácticas
Es frente a esa situación que debemos detenernos a reflexionar y de inmediato ponernos en acción, muy especialmente sobre los desafíos que hoy tenemos que enfrentar y que tan hermosamente se describe en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida (Brasil), donde se destaca “el cambio de época”, cuyo primer impacto es en el ámbito cultural, como es el caso de la movilidad humana y la migración que ponen en peligro muchos valores y la identidad nacional; ese impacto cultural se hace sentir más fuertemente en la estructura familiar, donde las tradiciones y los valores fundamentales de la misma han venido invirtiéndose y en cierto modo sustituyéndose por antivalores. Estamos de acuerdo que es en la familia donde se aprenden valores tales como: el amor, el respeto, el trabajo, la convivencia, la responsabilidad y la honradez. Y, uno se pregunta ¿dónde está el respeto a la persona, dónde fue a parar la honradez, el amor al trabajo y la responsabilidad?
Es verdad que se están haciendo esfuerzo en renglones tan sensibles como es el caso de la educación, motor del desarrollo de una nación. Es de alabar el proyecto “Quisqueya aprende contigo”, para enmendar ese pecado social o estructural que se había cometido con casi un millón de dominicanos; el gasto público se le va poniendo un poquito de cuidado y al flagelo de la corrupción se le mantiene cierta vigilancia.
Hace falta un proyecto de nación consensuado por todos los partidos políticos y las fuerzas vivas de la Nación, donde se prioricen aquellos elementos que contribuyan mejor al progreso y a la paz social. Para esto ha de ser tomado en cuenta el diálogo nacional ya iniciado. Es urgente la aprobación de la Ley de partidos políticos que deje de lado el aspecto clientelar y tenga como orientación fundamental del bien común; debe priorizarse la educación cívica y política en las escuelas y en la población; que se independicen y se separen de verdad los poderes del Estado. Si esto se hace así, el pueblo que es muy sabio y sabe muy bien que el país es de todos y todos tenemos que ayudar a construirlo, entonces se pondrá de pie y de ese modo se hará el país y la sociedad que todos queremos y deseamos.
Para esa toma de conciencia sería bueno que observemos los siguientes elementos:
a) Cumplir y acatar la Constitución; respetar los convenios internacionales, que no contravengan nuestra Constitución y las leyes que nos rigen; cumplir y hacer cumplir las leyes y las decisiones legítimas de las autoridades competentes; y, respetar los derechos de los demás, tanto en la familia, el trabajo y en la convivencia social.
b) Defender la integridad territorial del país. Eso conlleva tener sentido patriótico, defender y cuidar la nación, sin que en ningún caso se violen o vulneren los derechos de ningún ciudadano; interesarse por estudiar nuestra historia y geografía; valorar a los próceres, respetar los símbolos patrios: la Bandera, el Himno Nacional y a los Padres de la Patria; pero sobretodo siendo ciudadanos ejemplares, honrados y respetables.
c) Promover el bien común y el interés general por encima del interés particular (individualismo); de ahí la necesidad de que cada uno haga un esfuerzo por vivir y colaborar con el orden, el trabajo y el ahorro; que los jóvenes inviertan tiempo en su formación y los padres no escatimen esfuerzo por dotar a sus hijos de la mejor herencia que es su capacitación moral y profesional.
d) Combatir cualquier acto de corrupción, de delincuencia y de inseguridad; cambiar la cultura permisiva y del espectáculo, por una cultura de vida con sentido ético, donde cada quien se responsabiliza de su vocación o profesión, comenzando con los padres de familia, los maestros y maestras, los funcionarios públicos que, basados en la fraternidad, deben servir al bien común y manejar con ética y pulcritud los bienes públicos en procura del desarrollo y la paz social.
e) Fortalecer la formación de carrera política en todas las universidades del País y que los Partidos Políticos que integran nuestro sistema democrático se esfuercen en crear escuelas de capacitación política para sus miembros.
VIII. Conclusión
Exhortamos a los fieles laicos y a los hombres y mujeres de buena voluntad a formarse y a participar activamente en la vida política, en la vida cívica y comunitaria, de manera honesta y transparente. Hacerse presente en toda la dinámica social hasta que a cada ciudadano se le dote de educación, salud, energía eléctrica, agua potable, vía de comunicación, vivienda digna, fuente de trabajo y seguridad ciudadana.
Si miramos así la política, entonces, ésta se convierte en algo fascinante y que vale la pena cultivar; y es necesario hacerlo así, ya que de lo contrario, nuestros retrocesos nos harán convertirnos de nuevo en hombres y mujeres de la caverna.
Hay que tomar conciencia por tanto, que los seres humanos somos impredecibles, capaces de actuar como ángeles y como bestias; y no importa que ese accionar se haga en nombre de Dios, de la razón, de la naturaleza humana, del orden, de la libertad y del progreso; todos llevamos dentro “la marca del pecado”, al decir de San Pablo, por lo cual conscientes e inconscientes, tenemos esa inclinación hacia la dominación, la voluntad de poder, el afán por la fama, el prestigio y el poseer; y estas actitudes muchas veces mantenemos como norma básica de vivir.
Muy importante es la participación o el apoyo de todos los ciudadanos en los movimientos de reivindicaciones sociales, creando corrientes de solidaridad, para exigir a los administradores del Estado, un manejo pulcro en las negociaciones de los bienes del pueblo y en beneficio de la Nación. Vale decir lo mismo frente a aquellas demandas de los bienes y servicios que se deben ofrecer a la población, especialmente las que van en beneficio de los más vulnerables. Ya en nuestra República tenemos buenos ejemplos de estas luchas que son del pueblo. Tal es el caso de la conquista del 4% del PIB para la educación, el rechazo a la instalación de una cementera que afectaba la ecología en las inmediaciones del Parque Nacional de los Haitises, la revisión del contrato con la Barrick Gold Pueblo Viejo, y la defensa de Loma Miranda, la cual esperamos de las autoridades sea declarada por ley parque Nacional. Todo esto es otra manera de participación e incidencia política, desde la conciencia ciudadana y no necesariamente desde los partidos políticos.
Que la Virgen de la Altagracia nos proteja para que, guiados por los ideales de nuestros Padres de la Patria e iluminados por el Espíritu del Resucitado, tomemos en serio nuestra vocación política, luchemos por el bien común y construyamos entre todos una República Dominicana más humana y solidaria.
Santo Domingo, 27 de febrero del 2014, año 170 de la Independencia de la República Dominicana.
Les bendicen.
† Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez,
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de América, y
Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
† Ramón Benito De La Rosa y Carpio,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
† José Dolores Grullón Estrella,
Obispo de San Juan de la Maguana
† Antonio Camilo González,
Obispo de La Vega
† Gregorio Nicanor Peña Rodríguez,
Obispo de la Altagracia, Higüey
Vicepresidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
† Francisco Ozoria Acosta,
Obispo de San Pedro de Macorís
† Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez,
Obispo de Baní
† Rafael Leonidas Felipe Núñez,
Obispo de Barahona
† Diómedes Espinal De León,
Obispo de Mao-Montecristi
† Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata
† Fausto Ramón Mejía Vallejo,
Obispo de San Francisco de Macorís
† Amancio Escapa Aparicio, O.C.D.,
Obispo Auxiliar de Santo Domingo
† Valentín Reynoso Hidalgo, M.S.C.,
Obispo Auxiliar de Santiago de los Caballeros
† Víctor Emilio Masalles Pere,
Obispo Auxiliar de Santo Domingo
† Juan Antonio Flores Santana,
Arzobispo Emérito de Santiago de los Caballeros
† Fabio Mamerto Rivas Santos, S.D.B.,
Obispo Emérito de Barahona
† Jesús María De Jesús Moya,
Obispo Emérito de San Francisco de Macorís
† Pablo Cedano Cedano,
Obispo Auxiliar Emérito de Santo Domingo
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